Apolo y Dafne
El amor es una cosa impredecible
Por: Raúl
Eros, el antiguo dios del amor, cambió de forma entre los olímpicos. Se convirtió en un niño rollizo y juguetón llamado Cupido. Su juguete favorito era un pequeño arco con el que lanzaba en todas direcciones dos tipos diferentes de dardos: los de oro y los de plomo. Cuando un dardo de oro alcanzaba a alguien, encendía en cualquier criatura viviente la pasión del amor. Por el contrario si se trataba de un dardo de plomo, un sentimiento de repulsión y desprecio inundaba a la víctima.
En una ocasión Apolo, el dios de la luz, la medicina y las artes, encontró a cupido jugando en el campo.
-Regresa al Olimpo, niño- le dijo- y deja de molestar a los demás con tus caprichos. Mira esto-continuó mientras mostraba su arco y sus flechas de plata-. Éstas son verdaderas armas y no tus juguetes…Vamos, regresa al Olimpo.
Cupido agachó la cabeza y se alejó de ahí en silencio, pero no porque estuviera apenado, sino que iba ideando la manera de darle una lección al engreído de Apolo. Pronto supo qué hacer. Regresó hasta donde estaba Apolo y, sin que éste lo viera, clavó en su corazón un dardo de oro. Luego echó a volar por el campo hasta toparse con una bella jovencita recostada despreocupadamente sobre la hierba. De nuevo sin ser visto atravesó el corazón de la joven pero ahora con una flecha de plomo. Después se instaló cómodamente entre las ramas de un árbol a ver el resultado de su travesura. Un poco más tarde Apolo pasó por allí y en cuanto vio a la chica quedó profundamente enamorado de ella. Ésta a su vez sintió una extraña repulsión por el dios.
Apolo la saludó pero ella no le hizo caso. El joven trató por todos los medios llamar su atención pero no logró hacerlo. Al no ver otra alternativa concluyó: “Si no quieres mi amor por las buenas entonces lo tendrás por la fuerza.” Y se lanzó sobre Dafne quien salió corriendo con Apolo detrás. Corrió y corrió pero nunca pudo alejarse suficiente de su perseguidor, quien lleno de amor seguía.
Al no ver otra salida, Dafne imploró a los dioses que la libraran de su indeseable pretendiente. Ella hubiera preferido cualquier cosa antes de corresponderle. Justo al terminar su plegaria Apolo la sujetó. Pero ella no era la misma: los dioses la habían socorrido.
El cuerpo se le endureció; sus pies se hundieron en la tierra y comenzaron a echar raíces. Apolo adivinó lo que sucedía, pero por más que intentó nada pudo hacer para impedirlo. Dafne extendió hacia el cielo los brazos que ya se habían convertido en ramas. Rápidamente su cuerpo se cubrió de corteza y forraje. Apolo intentó desesperado besarla, pero justo cuando lo iba a hacer la corteza cubrió totalmente el rostro de la joven.
Fue de esta manera que Apolo quedó eternamente enamorado de Dafne, quien se convirtió en árbol y dio origen a una nueva especie: el laurel. Desde ese día y por siempre Apolo lleva una corona de laurel en sus pinturas y retratos.